jueves, 30 de diciembre de 2010

Habitación redonda

La habitación redonda, distinta a todas, la ciudad dormida, sorbo un poco de vino para humedecer la boca, de los labios brotan espinas, aire, fuego, agua, que cruel el corazón que apenas late en la negrura de las entrañas. Fuego, más fuego, arden en la hoguera todas las miradas, la mano forja con ellas un yelmo de plata. Las aceras desde el otero, parecen ríos grises de lava, a la izquierda, una montaña de rojizos hierros, cadáveres de un urbe escandalosamente oxidada, que al mirarse llora. Lloras, desprendes jirones de piel, nada es lo que antes era, las flores se han secado, los ojos ya no ven, ni conquistan, ni pelean. Entre esquinas y tabernas, una canción, un mordisco, una tormenta.
A veces me asusta el rumor de tu ausencia, a veces, solo a veces suplico a la vida que te encuentre y te regrese. Fuego, más fuego, las llagas y tus dedos.
Á.S.

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