miércoles, 16 de febrero de 2011

Este sueño que no duermo.II

Se me han caído los ojos
al fondo de tus besos
se han copiado tus dientes
en la piel de mi cuello
han vuelto a latir mis labios
que te rozan a oscuras
juntos, apretados.

Se me ha gastado la proclama
la revolución por hacer
la justicia que tocaba
se me han agotado los recursos
que me distraen del todo
que se ha convertido en nada.

Tú, eres la calma.
Lo que viene de ti, lo escondo yo
entre el pecho y el alma
lo protejo con mis costillas
lo defiendo sin armas
con mis dientes y mis puños
a mordiscos o patadas.

He recogido nervios, rayos
una tormenta de ruidos
que he bajado al estómago
que he disimulado
he memorizado tu gesto
cuidado tu sueño
dormido a tu lado
tú, te mantienes precavida
por si acaso.

Yo, sólo tengo sed, entonces te bebo.
Buscame en este sueño que no duermo
te espero.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Este sueño que no duermo.I

Se me han caído los ojos al fondo de tus besos. Se han copiado tus dientes en la piel de mi cuello, han vuelto a latir mis labios, que te rozan a oscuras, juntos y apretados.
He recogido nervios, rayos, una tormenta de ruidos, que he bajado al estómago , que he disimulado. He memorizado tu gesto, cuidado tu sueño, dormido a tu lado. Tú te mantienes precavida, por si acaso. Yo, sólo tengo sed, entonces te bebo.
Buscame en el sueño que no duermo, espero.
ÁS

sábado, 5 de febrero de 2011

La Nueve. Los españoles que liberaron París.

La mayoría de los hombres que componían La Nueve tenían  menos de veinte años cuando cogieron las armas por primera vez en 1936, para defender la República española. Ninguno sabía entonces que los supervivientes ya no las abandonarían hasta ocho años después. Casi todos aquellos soldados llegaron de África desde campos de concentració franceses, donde habían sido internados al final de la Guerra Civil. En esos campos les habían propuesto enrolarse en la Legión Extranjera o la vuelta a la España franquista. Ninguno lo dudó. Diseminados por África en las tropas regulares de Pétain, muchos desertaron para irse con Leclerc en cuanto éste organizó el ejercito de la Francia Libre. Con él lucharon y vencieron en todas las batallas, incluida la derrota de los invencibles del África Korps y los tanques del Mariscal Rommel.  Cuando el general Leclerc formó la famosa Segunda División Acorazada, los españoles componían ya una fuerza importante es su ejército. Casi todos fueron reagrupados en un batallón compuesto por cuatro compañías, cada una con más de un tercio de españoles, salvo La Nueve, española por excelencia y en la que incluso la lengua oficial y el mando eran españoles. Con la tropas del general Leclerc, La Nueve se preparó en África e Inglaterra, desembarcó en Normandía, liberó París, sufrió los más duros combates para liberar Alsacia y su capital Estrasburgo y consiguió llegar hasta el mismisimo búnker de Hitler, en Berschtesgaden. Durante toda la contienda, en cada tumba de los compañeros desaparecidos, los españoles colocaron siempre una pequeña bandera republicana.
EVELYN MESQUIDA

jueves, 3 de febrero de 2011

La espera.

Me apresuro en arrancar las hojas del calendario, rasgo los números, cada pedazo, en un ritual diario me acerca a ti, la espera se hace insoportable, llega la noche, luego otra, otra …
A escondidas leo palabras de ti, con eso, la espera se hace más llevadera, menos espera. Pronuncio tus palabras despacio, en voz alta, con un ligero deje tembloroso. Ayer domingo descansé, hoy lunes me llevan los demonios. ¿ Qué acontecerá en tu proximidad?.

viernes, 21 de enero de 2011

Desengaño

Creí, que este cosquilleo que de nuevo me recorría la espalda, sacudiendo a su paso todas las entrañas, era su amor, que en bocanadas de azulado aire, hasta el corazón llegaba. Me confundí, de bruces dí con la crueldad de sus palabras. Ni amor, ni pasión, ni nada de nada.
Á.S

miércoles, 19 de enero de 2011

Sputnik, Mi amor.

A los veintidós años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su  torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainase un ápice, barrió el oceano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de arena del desierto persa, sepultó alguna exotica ciudad amurallada. Fue un amor glorioso, monumental. La persona de quien Sumire se enamoró era diecisiete años mayor que ella, estaba casada. Y debo añadir que era una mujer. Aquí empezó todo y aquí acabó (casi) todo.
HARUKI MURAKAMI